jueves, 6 de marzo de 2008

Desdén

Lo que dije ayer de la tregua, totalmente cierto. Hoy se han reanudado las “hostilidades”. No pienso pasar ni una “irritación” más. A la próxima, pienso pedir una hoja de reclamaciones y quejarme formalmente. Os cuento lo sucedido hoy: Las sillas de ruedas, lo mismo llevan los reposapiés que se sacan, también tienen reposabrazos que a su vez también se sacan, todo ello con el fin de depender lo menos posible de otras personas para pasar de la silla a otro sitio, cama, camilla, etc. Había que quitar el reposabrazos izquierdo para pasarme de la silla a la camilla donde hago parte de los ejercicios. Pues bien. Ella no podía, e incluso tiraba del reposabrazos con todas sus fuerzas, que no son pocas ya que está “fuerte” y desde luego la silla por la izquierda la levantaba. Al final, la fisio, viendo que su ayudante (la citada) no podía, llamó a un celador para que quitase el reposabrazos. Llegó el celador y en un plisplás sacó el reposabrazos: sólo había que sacar el seguro. Yo no voy a decir que todo el mundo que va en silla de ruedas sepa lo del seguro, pero casi y, desde luego, quien trabaja en esto sí debe saberlo, pero bueno…

Al acabar mis ejercicios en la camilla y sentarme nuevamente en la silla de ruedas, vino ella para ponerme el reposabrazos, y después de estarse un ratito “peleándose” con él, ya se incorporó. Yo tenía que aposentarme bien, por lo que me cogí a los reposabrazos para echar el cuerpo hacia atrás, y el izquierdo se salió. Dije: “El seguro no estaba puesto”, pero en un tono de voz normal y sin dirigirme a nadie. Enseguida se puso ella a decir en voz alta: “Todavía no lo había acabado de poner”. Por lo que volvió a colocar el reposabrazos. No oí el clic del seguro, por lo que le pregunté si ya lo había acabado de poner, y me dijo que sí. Me estiré para acomodarme en la silla, aunque con precaución, y hala… el reposabrazos otra vez fuera. Lo volvió a meter de muy mala gana y para ponerme los pies en los reposapiés estiró de las perneras de mis pantalones y así intentaba poner mis pies en su sitio. Lógicamente no podía, y de mala gana me los colocó ya con las manos. Acorto el relato. Cuando llegamos a las espalderas donde tenía que levantarme para aguantarme en ellas, se volvió a salir el reposabrazos. Lo que no soporto es el desdén con el que trataba de ponerme los pies en el reposapiés y sus miradas de menosprecio; tener esos desaires con personas que tienen estas enfermedades y minusvalías es lamentable para la condición humana.

Bueno, mañana seguiré escribiendo.

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