miércoles, 29 de febrero de 2012

Mi barco (III)

La noche en el barco puede resultar muy larga e incluso peligrosa. Pero no peligrosa por la falta de luz diurna que resta la tan necesaria visibilidad, tampoco por la furia que se puede desatar en un instante, a través del mar y el viento. La peligrosidad para uno, puede residir en su propio interior. Esa peligrosidad interna, sumada a la solitud, hace que ante una reiterada ingratitud por parte de una más que pesarosa y penosa vida; uno se plantee el simple gesto de un salto hacia delante, mientras sigue con voluptuosidad, disfrutando el cigarrillo.

Sin miedo y con una gran morbosidad, escenificas y recreas en el personal escenario de tu prolífica  imaginación, el desarrollo de ese salto. Salto sin retorno, salto a la Nada, salto al hasta nunca. Pero ¿y luego?.

Luego, y ahora si aflora el miedo, intentas imaginar el después. Pero no el después de la vida, si no, el inmediato después del salto, cuando el cuerpo penetra en las otroras acogedoras aguas y que ahora en cambio, se van a convertir en tétricas mortajas de tu cuerpo. Y algo en el personal escenario, se activa y hace que tu prolífica  imaginación se resista a recrear ese nuevo acto escénico.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay que dejar de fumar, je,je,je. Es broma. Escribes muy bien.
Un abrazo. OLGA